Todo pasa: el día que me detuve en medio del caos
- Camila Gaitán Mosquera
- 6 jun
- 3 Min. de lectura

Hace unos días fuimos con mi hija a la feria del libro. Tiene tres años. Todavía ve el mundo como un lugar mágico: los libros son puertas, los monstruos son tiernos y los cuentos siempre terminan bien. Habíamos ido por un paseo tranquilo y terminamos en el pabellón infantil en medio del calor sin aire acondicionado, frente al escenario donde presentaban un libro infantil: El monstruo petorro. Mientras la gente iba y venía, mientras ella veía el show con fascinación, escuché al autor decir una frase que me paralizó: “Todo pasa. Nada es para siempre. Esa es la ley de la impermanencia.”
Yo había oído hablar de la impermanencia antes. Lo había leído en libros de meditación, lo había visto en frases motivacionales. Pero esa tarde, mientras estaba con mi hija y sentía el cansancio acumulado de semanas difíciles, lo sentí en el cuerpo.
Cuando el alma pide parar
No suelo hablar mucho de lo que me pasa en el trabajo. He aprendido a funcionar, a entregar, a seguir. Me convertí en alguien que cumple, que resuelve, que sostiene. Pero sostener tanto por tanto tiempo tiene un precio. Últimamente, había estado desconectada de mí misma. Cumpliendo con todo, menos conmigo. Apagando fuegos, liderando, resolviendo. Sonriendo en reuniones mientras por dentro me sentía vacía. No triste, no en crisis. Solo ausente.
Hasta que un día, no pude más. Me quebré en silencio, como lo hacen muchas mujeres. No delante de todos, sino en los pequeños gestos: cuando no quería levantarme, cuando todo me irritaba, cuando ya no encontraba sentido en nada de lo que antes me entusiasmaba. Y lo más duro fue darme cuenta de que no sabía cómo volver a mí.
La ley de la impermanencia… y Luciana que me devuelve el color.
Ese día, en medio del ruido y las historias ilustradas, recordé la frase: todo pasa. Y sí, incluso esto. Incluso este agotamiento que se me pega al cuerpo. Incluso esta sensación de haberme perdido dentro de mí. Incluso el miedo profundo a detenerme y descubrir que ya no sé por dónde empezar. Pero parar no es fracasar. Parar es escucharte cuando algo dentro duele en silencio. Es preguntarte, con honestidad, si esta vida que estás viviendo se parece en algo a la que soñabas. Parar es, a veces, el acto más radical de amor propio que puedes darte. Aunque nadie lo entienda. Aunque te digan que sigas. Y justo cuando todo se torna gris, aparece Luciana mi hija, mi espejo, mi faro y me devuelve el color con su risa, con su manera de habitar el presente, con su forma tan simple y sabia de recordarme que todavía hay belleza… incluso aquí.
Las cosas que me están ayudando a volver
No tengo todas las respuestas. Pero estoy volviendo a mí. Lentamente. Y quiero compartirte algunas cosas que están marcando la diferencia:
🌀 Terapia: Intensificar terapia fue como abrir una ventana en una habitación cerrada hace mucho tiempo. Poder hablar, llorar, ordenar mis pensamientos. Darme permiso de ser humana.
🌀 Escribir: Empecé a escribir sin filtro. Sin pensar en el resultado. Cartas que no envío, listas de lo que me pesa, lo que me da miedo, lo que deseo. Escribir es una forma de escucharme.
🌀 Movimiento suave: Caminar sin rumbo. Respirar profundo. Estirarme al despertar. No hago ejercicio como una obligación, sino como una forma de reconectar con mi cuerpo.
🌀 Estar con mi hija sin culpa: Abrazarla. Leerle. Mirarla a los ojos cuando me habla. Ser mamá sin estar en otro lado con la cabeza. Y dejar que ella me enseñe lo que olvidé: asombrarme por lo simple.
🌀 Aceptar que todo cambia: Hay días mejores y días grises. Ya no los juzgo. Sé que todo pasa. Y que en ese ir y venir, también me estoy transformando.
🌀 Limpiar mi vida : No todas las personas deben permanecer en mi vida, no todas las situaciones. Estoy aprendiendo a soltar y a dejarme sorprender por lo nuevo sin pensar en lo que pudo ser o que pude hacer mejor
Una nota para ti, y para mí
Si estás leyendo esto y te sientes rota, vacía o agotada: no estás sola. No todo tiene que resolverse ya. No todo se entiende de inmediato. Pero lo que duele, pasará. Lo que hoy pesa, se volverá más liviano. Y si te das permiso para parar, tal vez empieces a volver a ti.
Ese día, en la feria del libro no fue grandioso ni heroico. Fue simple, cotidiano, lleno de caos, ruidos y cuentos ilustrados. Pero en ese caos encontré una verdad que necesitaba recordar: Todo pasa. Y en el paso del tiempo, también hay sanación.
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